Di María, el pibe que heredó un mandato familiar y formó una gran familia



    Por Mauricio Tallone

                      

Qué orgulloso debe sentirse Angel Di María con la familia que formó. Es indudable que en este presente deportivo y personal de Angelito mucho tiene que ver esa fortaleza de leona que le demuestra día a día su esposa Jorgelina Cardoso para defenderlo de las críticas y para poner las cosas en el verdadero lugar en el que van. Está claro que detrás del gran futbolista hay una gran mujer que supo acompañarlo y guiarlo como piloto de tormentas cuando en el viaje hacia la eternidad aún sufría turbulencias. Por eso se entiende cómo Jorgelina salió a bancarlo cuando una minoría de hinchas de Central, escudados en el anonimato de las redes sociales, criticaron a su esposo por no ir a ver un partido en el Gigante o por no darse una vuelta por la práctica en Arroyo Seco durante la estadía de Angelito en Rosario o en Funes. Si algo demostró Di María a lo largo de su carrera fue que nunca se entregó dócilmente a la demagogia. Siempre actuó como le dictó el corazón. Incluso hasta en momentos en los que le convenía tragar saliva o ser políticamente correcto para evitarse algún disgusto o una crítica malintencionada. Pero no. Angelito eligió transitar por el camino de la coherencia. Buscó ser consecuente con su manera de actuar. Fue fiel a sus pensamientos hasta para nunca dudar en ir al Coloso al partido homenaje de su amigo Maxi Rodríguez, sabiendo que se exponía a una reprobación por estar identificado con Central. Pero no solo no ocurrió eso, sino que sus oídos escucharon como el estadio del rival de siempre se rendía a sus pies con ese grito reivindicatorio de “Fideeeo, Fideeeoo, Fideeeo”, ya hoy transformado en un himno cada vez que se pone la camiseta de la selección argentina.       
      Se nota que Di María está moldeado con buena madera. Es un pibe de una sensiblería especial. Forjado a imagen y semejanza por lo que le inculcaron sus padres Diana y Miguel durante aquella infancia de necesidades en la calle Perdriel, en el noroeste rosarino. Ellos le enseñaron a nunca resignarse y a perseguir el objetivo hasta conseguirlo. Y ahora su familia, con Jorgelina y sus hijas Mía y Pía como principales sostenes, terminaron de tallar a ese buen tipo. Di María pagó con creces todas las deudas pendientes que él mismo se impuso en esa cabeza que siempre funcionó a ritmo de taquicardia. Si vuelve a Central está bien y si no regresa algún día también estará bien. Quedó a mano con la vida. Porque no traicionó ese mandato familiar que tanto les inculcaron Diana y Miguel junto a sus hermanas, y porque formó una gran familia con Jorgelina y sus hijas, quienes lo cobijaron hasta hacerlo sentir realizado.  

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